
NÓMADA
Cultura en movimiento
20 años con la voz alta
Por: Daniela Valderrama Franco




El Festival Altavoz ha sido históricamente en la ciudad un espacio de convergencia. Punkeros, raperos, metaleros, jóvenes, viejos, diversidades, encuentran en el festival, que este año completa 20 años de realización, un espacio seguro y, sobre todo, libre. Este año, en el contexto de la Feria de las Flores, la administración local y los organizadores del festival decidieron hacer un homenaje a los 20 años del Altavoz, un homenaje con bandas de trayectoria, que habían participado en ediciones anteriores, cada una representando un género específico, pero todas siendo un recordatorio de esa convergencia y tradición en la que se ha convertido el festival.
El evento empezó puntual, a las 4 de la tarde como fue anunciado. Desde que uno se bajaba del metro en la estación Estadio se sentía algo distinto, un ambiente diferente al que se experimenta normalmente en La 70, que al ser un sector de rumba tradicional en la ciudad tiene dinámicas muy específicas; de farra crossover, licoreras, fondas, y que ese miércoles se mezclaba con un montón de pelados vestidos de negro, con botas y converse, caminando como en procesión buscando su parche para llegar al escenario que estaba ubicado afuera de la UPB, sobre la carrera 70 con circular 1.

Otra gran crítica a la organización del evento es que había un espacio de alrededor de una cuadra entre el escenario y el público que al comienzo del concierto no estaba muy claro para qué era. El evento tenía una zona VIP a la que sólo se podía ingresar con unas manillas que no habían anunciado cómo conseguir. Pocas personas se dieron cuenta de que para obtener dos manillas había que comprar un six pack por $24.000, que para algunos puede no ser mucho, pero para la mayoría de los asistentes del evento simplemente no era posible. La pregunta sería, entonces, si ofertan un evento con entrada libre, ¿por qué cambian las condiciones cuando la gente llega y quiere ingresar? La zona VIP estuvo casi vacía gran parte de la tarde, se sentía una barrera no tan invisible entre los artistas y el público. Varios artistas hicieron comentarios al respecto, e incluso los vocalistas de Perros de Reserva y Grito, las dos primeras bandas, se bajaron del escenario y se acercaron al público general mostrando su inconformidad. Además, había casi la misma cantidad de público fuera de las vallas, como la había dentro de ellas. Los menores de edad, la gente que quería estar más cerca del escenario o tomarse lo que había traído desde su casa mientras disfrutaba del evento, simplemente encontró la manera, porque igual no hay nada más punki que poguear afuera del evento porque no puedes entrar. Pero no debería ser así, el público no debería tener que encontrar la manera de disfrutar un evento al que le prometieron poder ingresar y disfrutar como cualquier otro, sin importar si tenían 24 mil pesos para pagar un six pack. Escuchamos a varias personas decir que el parche estaba mejor afuera del evento, porque en ciertos momentos así era, las restricciones de los organizadores no sólo hicieron que el ambiente estuviera tenso y que el público estuviera inconforme, sino que pusieron en riesgo a quienes igual decidieron quedarse, pero por fuera de las barreras de la oficialidad y el patrocinio.

Afuera del evento no faltaban los vendedores informales vendiendo pola y agua, los combitos de gente hablando, el sentimiento de expectativa. Pero, pasaba algo que creo ninguno de los asistentes esperaban: la entrada no era del todo libre, como habían prometido en todos los flyers del evento. No podían entrar menores de edad, estaban requisando, lo cual es normal, pero no estaban permitiendo el ingreso de bebidas ni alimentos de ningún tipo, ni de cigarrillos, candelas, ni vaporizadores. Esto confundía por varias razones, primero, el Festival Altavoz siempre ha permitido el ingreso a menores de edad, y segundo, adentro del evento había varios lugares donde vendían bebidas (incluso bebidas alcohólicas, uno de los patrocinadores del tablado es Licoexpress), comida, e incluso cigarrillos y vaporizadores; exactamente lo mismo que estaban prohibiendo en la entrada. Además, fue crítico que no hubiesen habilitado un punto de hidratación gratuito, por lo menos, para aquellos que no tenían los recursos para comprar en las tiendas de los patrocinadores. Hace cuestionarse si lo que estaban protegiendo los organizadores es el negocio de los patrocinadores y no la integridad de los asistentes al evento.
Pese a todo esto, es importante no solo aceptar sino sobre todo resaltar que las bandas estuvieron maravillosas, la logística fue rigurosa en asegurar que todas tuvieran su tiempo y lo respetaran para que a todas las pudiéramos disfrutar, y verdaderamente permitieron un viaje en los 20 años del festival. Al ser un homenaje, hicieron una muy buena elección con las bandas y artistas. El line-up mostró no sólo la diversidad de géneros que habita el festival, sino también la trayectoria de los artistas y del festival mismo. Fue un recorrido por la nostalgia, por el rock, punk, rap, metal, reggae, con los que creció el festival al igual que su público, y con los que generaciones siguen creciendo, como pudimos ver con la cantidad de jóvenes y niños que estaban allí tratando de entrar con sus amigos e incluso con sus familias.
Todas las bandas entregaron un show más que a la altura del homenaje. Desde el punk de Perros de Reserva, hasta el rap de La Etnnia con Alcolirykoz de invitados, cada banda movió al público en todos los rincones. Sin embargo, y pese a que Aterciopelados fue la banda principal, quienes además hicieron un show verdaderamente bello y que superó las expectativas de quienes fuimos a verla, el homenaje, debo decir, alcanzó su pico con Bajotierra. Es en mi opinión la banda que mejor recogió la expectativa, la nostalgia, la trayectoria, las distintas generaciones. Nos elevó a todos a un punto de energía que no se había visto en el público hasta ese momento, nos recordó por qué es una de las bandas más queridas de Medellín, y nos dejó absolutamente sin palabras y sin pies de tanto bailar.
El homenaje al Festival Altavoz, aún con todas las cosas por mejorar, fue una muestra de que la Feria de las Flores también es un espacio para lo alternativo, para lo diverso. Fue un recorrido por la historia del festival, que es en sí misma la historia del rock en Medellín a través de los últimos 20 años. Fue una muestra de que en Medellín el punk no ha muerto, lo distinto a lo ordinario está más vivo que nunca, y de que hay público para otros 20 años.
