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Los muros de la UdeA protestan en contra de las VBG

Por: Yaissa Gómez Castaño, Alexander Múnera RestrepoLaura María Orrego Acosta, Daniela Valderrama Franco

Pasear por los pasillos de la UdeA siempre ha traído sorpresas visuales, desde murales que recuerdan personajes ilustres de la cátedra o la lucha popular, hasta frases ingeniosas, básicas, sabias o divertidas que nos llaman la atención acerca de un tema de coyuntura o de importancia para algún grupo específico de la comunidad universitaria. Oraciones que demandan, gritan y al mismo tiempo enmudecen al lector. Esperando que alguien les responda, les dé sentido y trascienda de la denuncia a la solución permanente. Uno de los gritos que constantemente se leen en los muros de la universidad es el reclamo por una atención urgente y adecuada a las violencias basadas en género que mujeres y disidencias viven día a día en el campus. En los últimos meses se ha sentido la urgencia por la coyuntura actual que nació a raíz de diferentes denuncias que vieron la luz a principios del 2024, una urgencia expresada a través de reclamos que nos recuerdan que este tema no es algo nuevo. Y de esa misma manera, las formas de protesta tampoco lo son. 

Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

Probablemente sea un tanto atrevido decir que el arte rupestre es el tatarabuelo del grafiti, y que este último a su vez, sería algo así como el abuelo del meme (al menos el que se deriva de las manifestaciones sociales, pues el que hace parte del movimiento hip hop en sus inicios buscaba más dejar una marca personal o pintar un nombre en algún muro de la ciudad, que dejar la huella de una inconformidad).
Sin embargo, ambas representaciones corresponden a la necesidad de expresión del ser humano, pues un grafiti es, básicamente, una declaración que encuentra en el muro o la pared el mejor lienzo para hacer público su sentir. Quien escribe un grafiti encuentra la oportunidad para decir, pronunciar o denunciar desde lo gráfico, lo que puede ser peligroso exponer en voz alta. En esa medida, el grafiti también es anónimo, se usa para manifestarse sin ser visto o señalado, y sin pedir permiso.
Así, históricamente, gracias al secreto autoral que dan estas grafías al fresco, tales representaciones han servido para denunciar o asumir posturas políticas acerca de sucesos coyunturales que se han dado en distintos tiempos y espacios. Un ejemplo de ello es un grabado de la era babilónica (604 – 561 A.C), en el que un ciudadano indignado protesta poniendo su nombre al lado del de su rey Nabucodonosor II, cuando era (y todavía lo es en las monarquías) inaceptable siquiera pensar tener un acercamiento, aunque fuera en piedra, entre un plebeyo y un rey. Los romanos también fueron aficionados al grafiti y dejaron muestras de ello en todos los lugares a los que llegaron los soldados de su imperio. Se pueden encontrar grafitis en el Domus Aurea del emperador Nerón en Roma, la mansión de Adriano en Tívoli o en los restos encontrados de la ciudad de Pompeya. Estos grafitis estaban formados por frases sueltas, versos o dibujos y se encontraron halagos a gladiadores, soldados y hasta mensajes en contra o a favor de los candidatos a las elecciones; incluso se leyeron declaraciones de amor.
No obstante, Eva Guill en su libro ‘Graffiti, hip hop, rap, breakdance: las nuevas expresiones artísticas’, asegura que “los arqueólogos, desde el siglo XIX, denominan graffiti a la escritura ocasional realizada en lugares públicos”, es decir, la palabra grafiti y su connotación social solo se empezó a notar y pensar hace aproximadamente dos siglos.
Pero hagamos un salto histórico más amplio y adentrémonos en el tema que nos convoca, que es el grafiti y el feminismo. Para ello recordemos las protestas de mayo de 1968 en Francia, las cuales fueron un ícono, no solo para la lucha feminista, sino también para la ideación de frases de protesta, muchas de ellas plasmadas en las paredes de París y otras ciudades del país. Frases como “inventen nuevas perversiones sexuales” o “el derecho de vivir no se mendiga, se toma”, hacían alusión a la autonomía del cuerpo de la mujer, sus derechos sexuales y reproductivos, la anticoncepción, el aborto y el amor libre.
Por otro lado se tiene el referente de las manifestaciones de Stonewall en 1969 en Estados Unidos, donde las pancartas, trapos y reclamos acompañaron en la lucha a miembros de lo que hoy conocemos como la población LGBTIQA+, que cansados de las violencias y abusos hacía sus vidas e identidades salieron a las calles a defender su derecho a existir, con consignas que exigían “no más abusos a nuestros derechos y dignidad” y denunciaban las dificultades a las que se enfrentaban “murió caminando hacia una cama de hospital” y “muerto por falta de fondos para el sida”. 

 

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Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

Latinoamérica, y por supuesto Colombia, no han sido apáticos a esta manera de expresión. En los años 70 del siglo pasado, el grafiti empezó a ser relacionado con dos eventos que atravesaron la historia de casi toda Latinoamérica: una manera clandestina de expresar la oposición a las dictaduras del sur y el centro del continente; y en los 80, con las marcas y firmas que los raperos dejaban en sus recorridos por las ciudades suramericanas. 
En ambos casos los grafitis empezaron a provocar descontento en el ciudadano común, ya que no estaban de acuerdo con que (como ellos lo veían) se “ensuciara” la ciudad; y pocos entendían los símbolos o el significado de lo que los grafiteros de la época querían decir con sus marcas. Además, los empezaron a relacionar con pandillas y grupos al margen de la ley.
No es una sorpresa entonces la indignación que despierta pintar una pared por parte de algunos sectores de la sociedad. Es una incomodidad que muchas veces viene acompañada de rabia, y que reclama “el respeto por los muros, la propiedad privada y las instituciones” o directamente señalan que “esa no es una forma correcta de protestar”. 
A pesar de ello esto nunca ha frenado el deseo de exteriorizar el descontento pintando frases en las paredes. En los últimos 40 años el grafiti ha alcanzado un lugar relevante en términos culturales y artísticos, no solo porque se empezó a entender mejor su estructura e intención, sino porque debido a las grandes movilizaciones y protestas sociales que se han evidenciado a lo largo de todo el sur global, el rayar los muros se ha vuelto parte importante de la protesta y la denuncia pública en contra de las instituciones o normas que perjudican a las mayorías.  
Llegando también a universidades como la de Antioquia, donde históricamente sus muros han hablado en contra (la mayor parte de las veces) de la desigualdad, la discriminación, la guerra, la colonización y, como se ha hecho más notorio en los últimos meses, las violencias basadas en género. El estudiantado, entonces, ha expresado su digna rabia; y las directivas, como también ha pasado a lo largo de la existencia de la alma mater, han mandado a borrar dichos grafitis.
Pero para no olvidar estos mensajes y entender mejor el fenómeno nos dimos a la tarea de hacer un rastreo de algunos de los grafitis plasmados en los distintos bloques de la ciudad universitaria y pedimos ayuda a dos analistas, en la imagen y el discurso, para que, gracias a su experiencia y conocimiento, nos expliquen mejor el significado social, político y visual de estas frases y las maneras como se han plasmado en las paredes de la Universidad de Antioquia.
Se trata de Viviana María Garcés Hernández, comunicadora social - periodista, magíster en ciencia política y doctoranda en humanidades; y Elizabeth Aristizábal Gómez, periodista, magíster en comunicación y doctora en ciencias políticas y sociales con énfasis en comunicación.

 

La analista de la imagen Elizabeth Aristizabal comienza su lectura sugiriendo que estas luchas, aunque históricamente se remontan a la segunda o tercera década del siglo pasado en algunos países del hemisferio norte, han resurgido en este nuevo siglo. Esto se debe, entre otras cosas, a que muchos de los problemas sociales que generaron protestas en el siglo XX, como la guerra en diversos países, han disminuido, lo que ha permitido que temas que antes quedaban rezagados, como el feminismo, vuelvan a tomar relevancia.
Dentro de esta manera de protesta a través del grafiti, se pueden ver entonces varios frentes: el color, el discurso y lo gráfico, entendido este último, como imagen y símbolo.
Desde el color se alcanzan a diferenciar tres tonos: el verde, que simboliza la lucha por la garantía de los derechos sexuales y reproductivos de todas las mujeres, y que específicamente expresa una postura política a favor del aborto seguro, legal y gratuito. El violeta, que por décadas ha representado la lucha de las mujeres contra la discriminación y por la reivindicación de sus derechos, pero al mismo tiempo, y en este caso en particular, también llama la atención de la ineficacia de la ruta “violeta”, asignada por la Universidad, para “ayudar” y/o “apoyar” a las mujeres que se han sentido vulneradas en la U. de A. Y el color rojo, que habla de la rabia y a la vez del daño que han sufrido las mujeres abusadas y acosadas en un espacio que debería ser seguro para todo el mundo, como lo es una universidad.

 

Por otro lado está el discurso, provocativo, feroz y creativo. Con frases como "sí profe, tocarme y besarme a la fuerza es abuso sexual" o “profe, volvimos para que hable de VBG en sus clases”, se está interpelando al estamento profesoral para que se vincule a la lucha, tome conciencia de la situación y asuma una postura clara en sus cátedras.
También se pueden leer oraciones tales como "mi cuerpo no se toca" y "no es no", que de acuerdo a la lectura de Aristizabal, es cuando el discurso deja de ser abstracto y se clarifica para que administrativos, docentes, estudiantes y visitantes, entiendan a qué se refieren con la sigla VBG.   
De igual manera, la analista del discurso Viviana Garcés, se refiere a frases como "quiero vivir sin miedo", calificándola como un deseo y a la frase “nunca más”, como una promesa de futuro.
Así mismo, los grafitis también apuntan a la desidia y negligencia institucional, con pronunciamientos vagos, respuestas tardías e indiferencia hacia el dolor de las víctimas. En consonancia a esta realidad, se dejan ver máximas como "no más abusadores en la UdeA", "por qué la ruta no sirve" o “mujeres y disidencias sin derechos. Profes sin salarios. UdeA, ¡qué gonorrea!”.
En el mismo orden, está la insinuación a las vías de hecho, como lo asegura Garcés, luego de leer "machete al machote"; contradiciendo un poco la visión de Aristizábal, quien la lee como una suerte de contradicción, ya que se llama a defender un derecho con más violencia.
Por último, se cuestiona al movimiento universitario (estudiantil y profesoral), el cual, incluso dentro de sus líneas, ha practicado el machismo y no ha sido fácil que se vincule con convicción y permanentemente a la lucha feminista. Esta idea la reforzó la docente Aristizábal diciendo que su intuición es que “hay también muchas situaciones de acoso internas dentro del movimiento, porque también son lógicas donde se dan relaciones de poder y de dominio”. Es así que se observan expresiones tales como “la revolución les llega hasta que hay que hablar de las violencias basadas en género” o “¡que les toquen las estudiantes pero no la plata!”. 

 

Foto: provista por participantes de toma cultural

Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

Sobre las imágenes que quedaron dentro del análisis, llamaron la atención cuatro: un corazón encapuchado, una mujer que denuncia, una vaca y muchas manos que se vieron en varias paredes y pancartas.
Acerca del corazón encapuchado, la docente Garcés, interpreta que el dibujo representa a una víctima que se tiene que esconder para poder denunciar o luchar contra las VBG. También es una alusión a las acciones de hecho, como una forma de expresar rechazo al silencio institucional.
La mujer que denuncia, como se intentó decir más arriba, lo que hace es exponer sin eufemismos, metáforas o categorías académicas la situación de acoso y abuso que han sufrido muchas estudiantes y profesoras de la Universidad de Antioquia.
La vaca, según ambas analistas, se refiere a ciertos profesores con mucha trayectoria en la Universidad que se vuelven intocables y en esa medida, prácticamente inmunes a las denuncias. Igualmente, hace alusión a la cantidad de mujeres violentadas. Además está la palabra “Muuuu”, onomatopeya que según Garcés, “se refiere al sonido que emiten las vacas y para armar la palabra: muchos (muuuuchos acosadores), una aliteración, como figura de lenguaje que, además de afirmar la idea de ‘vacas sagradas’, es decir, que nadie se mete con ellas, alude a la abundancia: muchas víctimas”.
Y las manos, interpreta Aristizábal como “manoseo”, no solo en el sentido literal de tocar de manera inapropiada a alguien, sino también, de forma figurada, de “meterle mano” a asuntos legales desde el nivel central a las decisiones de la Universidad. Por su parte, Garcés explica las manos como firma, identidad y respaldo en los grafitis y carteles pegados en la pared.

Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

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Foto: provista por participantes de toma cultural

Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

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Foto: Grupo de estudio en Periodismo Cultural FCF

A pesar y a favor de todo lo anterior, la lectura de las expertas también evidenció una lucha que de alguna manera cae dentro de lo institucional, con la sigla VBG por ejemplo, la cual, de acuerdo a Aristizabal, no incluye de manera clara a disidencias de sexo-género e identidad, y sigue sosteniendo un discurso aun muy hegemónico que termina por desconocer las distintas formas de violencia. También afirma que las formas de lucha poco o nada se han modificado, no se incluye al total de la sociedad, se quedan dentro de la alma mater y no alcanzan el afuera, o incluso a las directivas, que es, al fin de cuentas, donde se quiere llegar para poder lograr un resultado satisfactorio.  
Para concluir, vale la pena decir que esta lucha, más que cualquier otra en la historia reciente de los movimientos estudiantiles, ha evidenciado diversidad de feminismos. Es una movilización que ha sido liderada por mujeres y disidencias sexuales para estos mismos grupos poblacionales y el resto de la Universidad. Porque las VBG son un problema que incumbe a toda la comunidad universitaria y a toda la sociedad. Porque “nadie es libre, hasta que todos seamos libres”, y nadie estará seguro, hasta que todas y todes se sientan seguras y segures. 
Hace pocos días se presentó oficialmente la Ley 2358 de 2024, que crea el fondo ‘No Es Hora de Callar’, un mecanismo para financiar programas orientados a la prevención, protección y asistencia de mujeres periodistas y comunicadoras víctimas de violencia de género. Parece ser que los tiempos son propicios para que los muros de la UdeA se sientan orgullosos de ser lienzo u hoja en blanco de tan justa causa.

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