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 Lo que se queda en el parque

Laura María Orrego Acosta, Daniela Valderrama, Angy Usme

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                De día, el Parque del Poblado es un espacio de tránsito y comercio. En sus márgenes, los vendedores ambulantes despliegan sus mercancías mientras los turistas caminan con cámaras en mano, atentos a cualquier detalle que llame su atención. Bajo la sombra de los árboles, las conversaciones se desvanecen rápido, como el humo de los buses que pasan. En los costados del parque, el color de las artesanías y el ir y venir de los peatones le dan movimiento al lugar. Pero en el centro, la dinámica cambia: ahí parece no pasar nada.

El centro del parque queda vacío, como si no fuera un lugar de encuentro. Los turistas caminan alrededor, sin atreverse a cruzarlo, como si algo los mantuviera en los bordes. Se siente una especie de densidad en el aire, como si las historias de la noche anterior siguieran ahí, atrapadas en una pausa.

Anoche, ese mismo espacio estaba lleno de vida. Al rededor de las once, dos jóvenes explicaban cómo el parque cambia después del atardecer. “Nos reunimos en el centro porque ahí es donde uno se siente más cómodo”, dice uno de ellos. “Siempre pasa algo, te encuentras con gente, a veces sin planearlo, porque muchos conocidos vienen de noche”.

El parque nunca tiene suficiente noche. Las conversaciones quedan inconclusas, los encuentros se interrumpen, y las historias se suspenden en una pausa que dura hasta la noche siguiente.

Por la mañana, el parque recupera su ritmo habitual. La gente camina con prisa, los vendedores se instalan en los bordes, bajo los árboles o en sus carpas. Pero el centro sigue intacto, como si nadie quisiera ocupar ese espacio que la noche dejó a medias. “La gente solo pasa de afán por estas aceras, lo único que les importa es llegar a la esquina para cruzar la calle o comprar flores en el semáforo”, dice una joven que reparte volantes para promocionar un bar. Lo que ella no sabe es que el parque está lleno de lo que no alcanzó a suceder.

Al caer la tarde, el parque comienza a transformarse de nuevo. Las historias regresan y el aire parece devolver las palabras y los gestos a quienes vuelven, cerveza en mano, para otra noche de encuentros. El vacío del centro se llena otra vez, y la vida retoma su lugar. Pero hasta entonces, las historias siguen flotando, esperando su momento para continuar.

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