
NÓMADA
Cultura en movimiento
Fe en las manos
Por: Ana Karina Muñoz G.
Preservamos las Memorias de Mujeres Rurales al conocerlas, compartirlas y seguirlas creando. Por eso, en compañía de la Colectiva Gaiacea y su Círculo de Poetizas, iniciamos este viaje con una semblanza de Rosa Hernández, una agricultora, artista y viajera que nos lleva a contemplar nuestras manos y su poder de creación y transformación.

Rosa María Hernández fue parida en las montañas de Tasco, -Boyacá, el 12 de enero de 1977. Cuando Rosa tenía dos años, su padre, un minero boyacense, murió en un accidente en las minas. Por esto, su madre, una enfermera antioqueña, se fue con ella y sus 6 hermanos al Valle de Aburrá. Allí consiguió empleo en el Hospital General Luz Castro de Gutiérrez. Rosa llegó a Bello cuando una de las calles principales, la obra 2000, era empedrada, de un solo carril y aún pasaban buses de escaleras. Fue criada por su abuela, una tía y su madre en una niñez de rezar el rosario en la mañana y en la noche, y a las 3 de la tarde rezar el viacrucis. Así fue hasta que a sus 13 años “llegaron los cambios hormonales de la adolescencia” y con ellos vinieron las Cinco Tesis Filosóficas de Mao Tse-Tung, las teorías de Marx y Lenín, que la hicieron desprenderse del equipaje religioso para cargarse de libros. Uno de sus hermanos, César Hernández, es un ávido lector que la instruía por adelantado en cursos como matemáticas o inglés; le recomendó constantemente nuevas lecturas que le permitieron ver el conocimiento desde la visión materialista: “El conocimiento es el acercamiento sensible. O sea, si usted quiere conocer algo hay que observarlo, hay que tocarlo, hay que jugar con él”.
Esta exploración intelectual la llevó a estudiar dos licenciaturas en Idiomas Inglés-Español e Inglés-Francés, y seguir explorando los conocimientos de otras disciplinas como la psicología, la sociología y la literatura. El mundo se seguía abriendo para Rosa cuando conoció Gilles Hamel, un canadiense de quién se enamoró hasta que su propia nacionalidad también fue canadiense, pero el contrato de su matrimonio fue un pacto de tránsfugas para recorrer el mundo, se propusieron no estar más de 6 meses en un mismo lugar: “Nuestra vida estuvo movida entre Canadá y Colombia. Huyendo del invierno en Canadá, pero trabajábamos allá en las cosechas: fresas, frambuesas, tabaco, manzanas”. Entre esas huidas de 6 meses de invierno, conocieron diversos territorios de Colombia, Latinoamérica y el mundo.
Así fue durante 14 años hasta que a Rosa le llegó el instinto maternal. A sus 33 años tuvo su primera hija, Annlen, y cuatro años después llegó su segundo hijo, Ian. Sus hijos requirieron aquietar su nomadismo, por lo que se establecieron en Montreal y Rosa empezó a trabajar como guardia de seguridad. Pronto, los costos de vida en Canadá, los inviernos y la añoranza por la fertilidad de la tierra colombiana, los hicieron tomarse el proyecto de comprar una finca en un faldón de Guarne, una parte del lote de su hermano César, quien también vive en esa misma montaña. Allí, con sus hijos más crecidos, esta pareja nómada se dedicó a cultivar: “Queríamos el proyecto de autosuficiencia y empezamos con eso, hermanita. En la finca sembramos pino, legumbres, gallinas, peces. Tuvimos patos, una vez conejos... La lanzamos con todo”, expresa con risas de esperanza por rememorar esos tiempos.
La reflexión que inició con los libros fue orientada hacia sus manos. En el mismo materialismo, fue creándose a sí misma la libertad, porque como dice Mao Tse-Tung al tratar las contradicciones en el seno del pueblo, “realmente, en el mundo sólo hay libertad y democracia en concreto, nunca en abstracto” La libertad, una de las bases de las sociedades republicanas, sigue pareciendo algo abstracto. En Colombia, por un descuido de “nuestra verdadera esencia como territorio agrícola” como diría Rosa, más de la mitad de la población sufre de inseguridad alimentaria. El bienestar, fundamento para la libertad, es también una idea abstracta que la capacidad adquisitiva de las clases obreras mantiene encadenada en un horario de 9:00 a. m. a 5:00 p. m., que se alarga con los tiempos de transporte. Rosa considera que la alienación religiosa o el establecimiento cultural de una nación verdaderamente laica, puede permitirnos realizar los verdaderos cambios, porque la fe que se envía hacia el cielo, puede retornar a las manos y, por consiguiente, a la tierra: “No logran ser libres por temor a no serlo”, señala apostólicamente.

Fotografía 1: Rosa Hernandez en sus cultivos de Guarne en 2019. Tomada de Facebook.
Aunque Gilles, el primer compañero de Rosa, murió, ella sigue con el proyecto de su autosuficiencia: “Claro que ahora ha cambiado mucho, ya estoy sola compañera. Sin embargo mi proyecto sigue ahí claro; no siembro 100 árboles por año como mi ex pero sí mis treinta”, cuenta jocosa de su propia tranquilidad, pues ella considera que no hay nada peor que arrepentirse. Rosa se denomina a sí misma epicureísta; actúa en busca de los placeres de la vida, como el placer de la libertad que cultiva diariamente. Se ha sustentado de sus cosechas, de sus enseñanzas y también de su artesanía. Sabe la técnica de reciclar el papel usado para hacer uno nuevo en el que ilustra con hojas y flores secas. Con su segundo esposo, Claude St Jacques, llegaron a hacer una traducción al francés del libro Un viaje a pie de Fernando González, ilustrada por la técnica de Rosa . Ella, durante más de 20 años, ha tenido un puesto en la feria de San Alejo en Medellín y también en Domingo del Tam Tam en Montreal, en donde vende ilustraciones, cartas de regalos o navidad hechas completamente a mano.

Fotografía 2: Ilustración en proceso de un barranquero hecho con residuos de plantas y árboles.
La herencia de excavar la tierra y de curar el cuerpo se ha conjugado en las venas de Rosa para ser la agricultora que sabe que en la tierra está la medicina, por ello, tiene la postura política de lo orgánico. En la Universidad de Antioquia hizo un curso en agricultura orgánica, en el que en diversos encuentros se compartían una gran variedad de semillas. Allí a Rosa le compartieron semillas de algodón que sembró en su faldón pero también en la huerta urbana que cultiva en el solar de su casa en Bello. Ella no usa pesticidas ni fertilizantes químicos. Hace su propio abono y usa técnicas de pesticidas de la permacultura, usando plantas amarillas como la caléndula, el diente de león, el girasol y demás, que por su color atraen a los insectos alrededor del cultivo. También usa cenizas en algunas plantas para evitar hongos o plagas. Además, ha puesto trampas dulces para los mosquitos, evitando que le roben los nutrientes a sus plantas y puedan florecer.
El algodón de su finca no florecía, por lo que puso una trampa hecha con un envase de plástico, cortado desde el cuello y puesto hacia abajo, lleno de agua endulzada con panela o azúcar. A esta trampa le hace huecos y la amarra con alambres o cuerdas a árboles, logrando que las moscas, atraídas por el dulce, queden atrapadas entre la botella y lejos de sus cultivos.
Así, sin abastecerse de semillas de Bayer, Monsanto, ni envenenando sus alimentos con pesticidas, Rosa tiene el privilegio de haber construido diversos hogares de abundancia. En Montreal viven sus hijos, ella tiene un hogar en Guarne junto a su hermano César, un hogar en Bello junto a su hermano Gustavo, en donde tiene su huerta urbana en la que enseña a cultivar con técnicas que buscan simular las condiciones más naturales posibles, como el uso de camas altas, la creación de composteras, entre otros. Allí diversas plantas ornamentales y aromáticas conviven en alelopatía, desde el tomate, la lechuga, la cebolla, el ajo de hoja, la artemisa, la menta, el tabaco, la coca, la cannabis e incluso incuba árboles de limón, plátano o papayo. Para Rosa, su postura política y su revolución libertaria la hace a través de su agricultura orgánica: “Marginados de un sistema opresor, es una salida. Decir “¿por qué no cultivo yo mis alimentos y no dependo de un sistema?” Es un proyecto que llevo a cabo. Es difícil a veces para todo mundo comprender, pues que tenemos los suelos más ricos y los climas más propios para autoabastecerse teniendo de todo un poquitico”.
Rosa ahora con más de 60 años sigue cultivando también un espíritu vívido de jolgorio. Le gusta compartir con sus amistades bohemias tragos de ron, bailar canciones de rock y reír mucho, o lo justo. Sus tiempos son tranquilos, se la pasa los fines de semana en su finca de Guarne y entre semana baja a Bello a compartir con sus amistades. Continuamente asiste a los Jueves de Trueke que se realizan en el parque de la Choza Marco Fidel, allí dona plántulas y semillas, y comparte de su prosperidad brindando comida, sea pan con pesto, queso de hoja o tortas que ella misma hace. Allí, las semillas que cultiva en los y las jóvenes que participan, son perennes. Varios ya tienen inicios de huertas urbanas con diversas plantas que ha compartido Rosa, y otros han recibido la gran enseñanza del gozo que su cálida sonrisa y su animada festividad brindan. Esta es otra de las formas en la que Rosa, quizá sin saberlo, hace la revolución libertaria.

Fotografía 3: Rosa con el cerro Quitasol de fondo en la huerta urbana que estableció en el solar de su casa en Bello.