
NÓMADA
Cultura en movimiento
La magia del no-mainstream
Para Camilo Serrano
Por: Santiago Otálvaro Arango

Foto: Santiago Otálvaro Arango
En el contexto musical actual es cada vez más difícil encontrar artistas cuyas aspiraciones sean crear canciones que no busquen solamente los 20 millones de vistas en Youtube, ni ubicarse en los primeros lugares de las listas de temas más reproducidos de Spotify del mes, pero todavía los hay y es el caso de los músicos de Fumaranda.
La agrupación está compuesta por dos artistas antioqueños (David Sepúlveda y Omar Molina), que desde el 2010 decidieron crear un proyecto cuasi didáctico en el que buscaban crear música que, aparte de comunicar sus sentimientos y contar historias, fuera fácil de hacer, para compartirla con la gente y que la pudieran tocar en cualquier parte.
Hace unos meses, el 26 de abril para ser exacto, asistí, por enésima vez, a uno de sus conciertos realizado en el restaurante Zorba ubicado a una cuadra de Palermo Cultural y a dos cuadras del Parque del Poblado en Medellín. ¿Tantos conciertos? ¿no se cansa? Preguntará el lector, a lo que respondería, faltando a la buena educación según el conocido dicho popular de que a una pregunta no se contesta con otra, con ¿quién se cansa de la magia?
El acto comienza casi siempre con una canción de prueba con la cual los asistentes, —muchos ahí exclusivamente para verlos y otros tantos desprevenidos que simplemente quieren comer su pizza vegetariana—, quedan hechizados por la combinación de los sonidos de la voz y la guitarra de David y el bongó de Omar. Posteriormente David toma la palabra y se presenta como sigue: «somos una agrupación que toca música nueva y fácil y como no sabemos muy bien qué género somos utilizamos una combinación de esas dos palabras y entonces lo llamamos novo fácil. En Youtube pueden encontrar videos en los que enseñamos algunas de nuestras canciones y si usted es músico y las quiere usar, hágale tranquilo, no creemos en las licencias».
Fumaranda hace parte de lo que Sara Melguizo, fundadora de la Corporación Revista Música, una entidad dedicada al registro, promoción y difusión de la música a través de una publicación impresa (60 ediciones y una serie documental), llama no mainstream y que se refiere, en este caso, a esos artistas que no tienen tanta difusión como los artistas de la corriente contraria, mainstream, en los cuales se concentran casi todos los recursos de la industria musical.
Después del discurso de apertura de David, se suceden una serie de canciones que como ellos lo definen en su página de Soundcloud son «sonidos cálidos que le permiten al alma liberarse». Y es que la gente, como embrujada, presta toda su atención cuando escuchan las letras de las canciones que hacen las veces de conjuros y de las cuáles me permito citar algunos versos con intenciones hechizantes: «Quisiera que hubieran semillitas de pasión en la alacena/tu mirada que quemaba todo como el sol, se va apagando/si te beso ya no sientes un mareo ni la mirada abrasadora de esos ojos/y como soy perro manso, ves, sos un lujo que no puedo darme…»; «dices de mí que soy tan débil como las hojas arrastradas por el viento/que mi corazón es tan intacto que al acercarte puede ser que me hagas daño/y dices que no sé vivir, que soy un idiota/diré que no sabés morir, y eso es peor aún…»; «Poli ya ha cruzado el mar, y yo que ni conozco el mar/debe ser tu racha de suerte/Poli ya ha besado a mil y yo no beso ni un cutríl/debe ser tu racha de suerte/Oh, Poli, tú has vivido más, debo confesar, tú fuiste mi racha de suerte…»; «Acércame, di cualquier cosa, dame la voz de algún antiguo profeta/destrózame con tu presencia, hazme entender que no estoy hecho de miel y madera…».
Sin darnos cuenta pasa la primera hora de función y David anuncia una pausa con la promesa de volver. La gente aprovecha para comentar lo que están viendo sin entenderlo muy bien, se oye por ejemplo: «parce, tremenda voz la de ese man ¿viste como pone la boca cuando canta?»; «amigas, yo les dije que les iba a gustar, esas letras son divinas». Camilo, quien me acompaña, y yo, ya experimentados en las dinámicas del acto, pero no por ello acostumbrados a que el alma flote, aprovechamos para renovar nuestras cervezas y esperamos ansiosos porque sabemos que viene lo mejor.
El cover en Zorba fue de 6 mil pesos. Esa noche en Medellín casi ningún evento cultural bajaba de los 20 mil, a menos que fuese gratis o con aporte voluntario generalmente con el ánimo de mantener a flote cierto espacio cultural o algún teatro. La cuestión del dinero es un problema, pero tampoco nos podemos decir mentiras. Si en Medellín se hace un concierto de reggaetón cada quince días, cada quince días se llena. En la mayoría de esos eventos prima la ropa con la que se asiste y sus accesorios (casi todos los asistentes terminan yendo uniformados); lo que se va a tomar adentro y dónde será el «remate», y otras cosas que dejan a la música en un segundo plano, de hecho no son raros algunos comentarios como «el man no canta bien en vivo, pero se vistió de falda y salió montado en una isla voladora, es un espectáculo» o «parce, ese man repitió una canción 11 veces para romper un record».
Y es que la música, como muchas otras de las artes y las esferas del mundo posmoderno se ha convertido en un bien comercial que se promociona, se compra y se vende y que tiene monopolios y publicidad engañosa que con ayuda de los algoritmos llega a nuestros oídos queramos o no. En un artículo de Jeanne Briatte publicado en medium.com sobre los festivales de música antes —como los de los sesenta incluido el famosísimo Woodstock— y los de ahora, nos encontramos con el siguiente dato:
La música ya ni siquiera es importante: una encuesta de la audiencia británica realizada durante diez años por la Association of Independent Festivals reveló que los actos de los artistas principales eran un factor decisivo para, solamente, el 8% de los asistentes, comparado con el 53% que dijo que la experiencia en sí era por lo que compraba el boleto.
Lo anterior nos hace preguntar entonces si somos conscientes de lo que consumimos cuando vamos a un evento musical masivo. Si sabemos que aquello que nos muestran es un producto creado para el consumo veloz y para satisfacer aquella ansia de estímulo inmediato a lo que nos ha venido acostumbrado una industria cada vez más artificial —hasta la inteligencia, otrora humana, ahora es artificial—, y mucho menos poética o artesanal, dice Juan Antonio Agudelo Vásquez:
De la mano del reducido espectro sonoro del Autotune (un procesador de audio creado por Antares Audio Technologies) o del mismo Melodyne, hemos podido presenciar y padecer el surgimiento de una inconmensurable bazofia vocal y sonora, que no requiere entonación, afinación y mucho menos alguna mínima línea poética. Productos huecos, empaquetados, inflados y maquillados por la industria, se propagan como sarcoma a toda velocidad por el mundo desde mediados de los noventa. Por supuesto, se han hecho dignos tanto de todo repudio y aversión como de un inexplicable amor.
No se crea que se está haciendo una apología a la música de conservatorio muchas veces elitista y estática, ya que el proyecto de Fumaranda es también opuesto a ello, sino que la verdadera defensa es aquella música que cualquiera tendría el derecho de hacer, que permite liberarse, que se siente en lo profundo del ser y que permite, como otro de sus versos, mover el alma. Tampoco se pretende criticar sin fundamento la asistencia a los eventos masivos musicales que cada quien está en todo su derecho de disfrutar, sino más bien mover el foco hacia otra forma de vivir la música y el arte.
Luego de media hora Fumaranda vuelve al escenario, la gente cesa su conversación y se apresta para el final. Transcurre otra hora emocionante en la que David y Omar hacen algunos comentarios sobre sus canciones y donde David dice algo que pone en evidencia lo que vengo contando: «En el intermedio alguien me dijo que la siguiente canción le sirvió para superar un evento fuerte de su vida, parce, qué brutal, esa es la intención de esta banda».
Acaba el concierto y muchos se acercan a felicitar a los artistas, una embrujada les muestra un dibujo que acaba de hacer de ellos mientras cantaban, otros les preguntan, en vano, que cómo aparecen en Spotify y Omar responde que no aparecen por una cuestión de pagos que hay que hacerle a la plataforma, pero que están buscando la forma para que la plataforma les permita colgar su música y pueda ser libre . Camilo y yo le insistimos a David que toquen más seguido y él nos explica que vive en Chigorodó y trabaja en una Tienda del peluquero, que Omar es profesor de ciencias naturales en un colegio y los dos se juntan a hacer música solamente cada tanto. Alguna vez nos dijeron que no podían vivir de la música, pero que la música les había salvado la vida. Vamos a pagar la cuenta y cuando se nos ocurren más preguntas los vamos a buscar de nuevo, pero ya no están. Han desaparecido los prestidigitadores. Es la magia del no-mainstream.


